Silencio.
Las
piedras me ofrecen asiento.
El
fluir del río me habla, me parlamenta, me susurra.
Los
árboles en movimiento. Los pájaros que salen en estampida.
Son
mis compañeros del instante en que abrazo la armonía.
Encuentro
la libertad perdida, la paz añorada, la voz pausada de mis pensamientos.
Por
momentos soy libre sin sujeciones, ni cadenas que encadenan mi voluntad de ser
y mi huida del tener.
Veo
como el agua fluye tranquila pero sin descanso ofreciéndome calma, serenidad, belleza, vida toda.
En
ocasiones el río, mi compañero, emite un quejido, un alarido de dolor.
El
reposo se desvanece, el sosiego buscado se ahoga en sus aguas.
Una
vieja lata, un plástico perdido; nos señalan el camino de la destrucción.
Huellas
de una civilización incivilizada, de la irracionalidad de la muerte.
Que
la inhumana condición extermina la belleza allá por donde pasa.
Mis
pensamientos se pierden hacia el retorno a jerarquías aún no exterminadas.
Vueltas
hacia las luchas en contra de servidumbres que se eternizan en el tiempo.
De
mundos muertos por la ignominia de esclavitudes cada día más mortíferas, más
deleznables.
La
opresión vuelve sobre mi cabeza. La cárcel que nos amortaja derribar debemos.
Y
el río, ¡ay el río!; se desprende de la enfermedad lanzada, se aleja la
escoria que pronto retornará deformando,
envileciendo, enfermando su esencia.
Detengo
el tiempo que corre acercándonos a un fin eternamente visto.
Cierro
los ojos y escucho el deambular del viento, el canto pausado del río.
Vuelvo
a cabalgar en el silencio y la libertad que me da este rincón de la vida aún no
ultrajado, en lucha sin tregua por su supervivencia.
Me
escapo, me voy, me despido, lloro, lamentos, tristeza por un adiós que no
comprendo, que no asumo.
Una
sonrisa.
El
crepitar de las piedras me espera. El chapoteo del agua me reclama.
Caminar
para volver sin más lejanía que el infinito que vuelve sobre mis pasos.
Y
allí encontraré, de nuevo, la paz perdida que mi espíritu magullado espera
reencontrar.
Me
abstraigo allá donde me halle y escucho la quietud, el parloteo sabio que el
río me transmite a la espera de volver a acariciar su líquida alma.
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