El
filibustero se alzaba en lo alto de una tarima.
¡Míralo!
Le hierve la sangre sin corazón cuando el gentío le adula, le alaba.
La
reverencia es lo que le place.
La
masa gregaria le aplaude sin fin al embaucador, al Cuentacuentos de las
mentiras sin verdades.
Desde
lo alto de los infiernos habla sin decir nada mientras los acólitos aplauden al
festejo de la muerte cerebral.
Se
oyen coces, rebuznos, balidos.
La
gran masa adocenanada se rinde ante la nada homicida.
El
acto se representa sobre el guión previsto y mil veces escrito.
Que
continúe el circo.
En
la palestra prosigue la función del títere endiosado.
El
maestro de la mediocridad.
La
marioneta de los amos de la esclavitud entronizada…
El
embuste viperino sigue saliendo por esa boca que clama acatamiento, pleitesía,
postración.
Todos
encadenados gritan ¡Aleluya! Que continúe el baile de máscaras.
Que
la hipocresía se convierta en nuestra sacro santa religión de la apariencia con
el pan nuestro envenenado de cada día.
Y
el robo se hizo ley.
Y
el esclavismo se globalizó.
Y
la Tierra se
va despidiendo ante la mercadeo de la vida ajusticiada.
Y
sigue eructando el devorador de carne humana.
El
amante del lujo.
El
látigo de los que nada tienen porque todo nos ha sido robado.
El
necio babeante de los poderosos.
El
inculto adorador de patrias privadas.
El
sátiro devoto del dinero y vocero del criminal.
La
terrorista mano que le alimenta y le da de comer.
Al
abrevadero se ha dicho que la masa borreguil aúpe al líder que explota de vomitiva
felicidad.
La
carrera de bueyes nunca termina en este espacio que hasta el tiempo se consume.
Y
de la fiesta del sistema huyo despavorido que de las profundidades siempre hay
alguna luz cegadora.
Que
me devuelve a la oscuridad del abismo y parece que no hay despeñadero que me
salve.
Pero
me levanto y me largo fuera de este redil de zombis.
De
la inteligencia fallecida.
De
la oda a la muerte.
Voy
en tu busca amanecer que la noche me quiere engullir.
Que
la bala no me mate.
Que
no quiero oír la voz del necio lisonjeado por los cabestros.
Ni
las mentiras mil veces repetidas que guillotinan la magnificencia que busco en
tu mirada.
¿Dónde
estás?
Que
el fuego acabe con la tribu.
No
me quemo, me marcho, me voy.
Busco
el Sol y no encuentro el resplandor de tus ojos.
¿Dónde
estás?
Bebo
el agua de los ríos me alejo de la ciénaga y de los abrevaderos donde aún se
oyen los cencerros que tocan a obediencia.
Y
prosigo viaje…
En
busca de la divinidad que se adivina en tus ojos.
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