A
ti que no te encuentro pero te conozco
Invisible
entre mis brazos
Un
susurro en los oídos
Instante
en que no estás
Un
hasta nunca percibe tu rostro
La
agonía del moribundo
Espera
al silencio eternamente esperado
Ya
no hay sufrimiento en ese dejar de respirar
Cuando
se agoniza
Despertaremos
del sueño sedante con un qué hacer
Y
no sentir nada
Ni
la lágrima que llora el alba
Ni
la alegría que ríe el alma liberada
Hacerse
viejo observando el horizonte
Cuando
veas estertores de una noche profunda
Arranca
el corazón sufriente
Te
agradeceré el latido que te llevas
Inevitablemente
Me
dirijo a la ciénaga de mis imposibles
Árbol
caído
Dislocado
de raíces
Ya
nadie me espera
Sólo
la memoria del murmullo de tu existencia
fascinantemente hechizado de petricor y de la nostalgia en ardimiento en el alma del bosque y de la quema de las naves... esa tristeza, en tu voz, tiene la épica de un salto al vacío y una entrega de rayos y fuegos... me conmueve e incita la profundidad de tu instrospección... un abrazo inmenso!
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