El
profeta de la inmundicia se presentó
ante
la cohorte de incondicionales allí presentes
Les
prometió el oro y el moro
Las
riquezas para él y sus secuaces
culebrillas,
sanguijuejas, lombrices, sicarios
y
demás ralea abyecta y servil
Y
la gente del vulgo a labrar el estiércol que los iluminados iban
dejando
A
palabras hueras oídos bien abiertos
Infinita
tristeza
Ilusos
pendientes de que les abran las puertas del paraíso venidero
Mientras tanto a cavar fosas
Ante
su proyecto étnicamente puro
culturalmente
fatuo y uniformizador;
y
su todos unidos ante el destino y el cadalso
Ovejas
gregarias pasto de matadero
Ante
tanta sinrazón por decreto ley y obediencia debida
Nos
fuimos alejando del odio allí impuesto y cacareado
Sin
subvenciones públicas que llevarme a la boca
Y
un destierro de su patria única e indivisible
Me
mandé a freír espárragos
Que
era mejor que abonar sus mierdas
Ellos
seguían contaminando el aire con sus prebendas, sus robos,
sus
mentiras edulcoradas
La
atmósfera se hacía irrespirable para las mentes pensantes que
pasaban por ahí
Se
vendió el invento
Los
aldeanos lo compraron tan alegremente
Y
la inteligencia se declaró en ruina total