UN PASEO POR LA IMAGINACIÓN ASILVESTRADA

lunes, 14 de octubre de 2013

DEAMBULANDO POR SUELOS SIN TIERRA


Mi alma que vaga enferma por los días sin mañana que me ven perecer.
Harta de tantos lloros que sin lágrimas vagabundea a ciegas.
Por muertas tierras en busca de las cenizas de mi cuerpo desvencijado.
Allí estaba entre los escombros preso de la angustia y del tormento.
Colonias de ratas y cucarachas tranquilamente roían mi razón devastada.
Ay alma doliente que recompones mi corazón que inaudibles latidos oyes ante el cacareo de la crueldad omnipotente.
Y me voy con las sombras acompañando la soledad desolada.
¿Dónde estás libertad desollada?
Te busco y no te encuentro.
La risa se tiñó de duelo desde que no veo tu rostro borrado del recuerdo.
La luz de mis ojos se perdió y en las tinieblas amaneció.
¿Dónde estás dulce sonrisa?
No te descubro en estos parajes de luces de neón.
No te hallo en este infierno de humanos prostituidos por un plato de consumo diario.
No te percibo en los bosques calcinados de este planeta sin Tierra.
¿Dónde te escondiste mi amor bello?
No te acierto ni en las profundidades de mi recuerdo sin memoria
Te fuiste un inexistente día desnuda con el viento a través del silencio.
Y yo aquí estoy deambulando por las hirientes mentiras que perforan mi vida.
Sin más belleza que mi mano muerta extendida 
Esperando el retorno de tu sonrisa olvidada.

miércoles, 9 de octubre de 2013

LA FLOR NEGRA

Una flor negra yacía en la calle.
Al borde del fin se hallaba cuando la descubrí.
La acuné entre mis manos y en buena tierra a un tiesto fue a parar.
Cada día allá iba yo para darle agua y mil ratos de conversación.
Pero del pequeño renacer hacia la podredumbre se encaminaba.
¿Por qué te vas hacia las tinieblas si ni la lluvia te da tanto manjar como las que te ofrecen a diario mis manos?.
La nada como respuesta.
Las evidencias a mi alrededor las tenía.
Ruidos infernales que apolillaban su tallo.
Poluciones de innombrables defecaciones verbales que tras las pantallas planas narcotizaban mi cerebro, sus pétalos.
La huida fue mi aullido de esperanza.
Corrí tan veloz con mi flor entre las manos que el viento acuchillaba mi cara.
Me sentía libre como un caballo salvaje dispuesto a fallecer para no caer preso entre las riendas de la infinita obediencia.
Nada de jaulas, colmenas, nichos de hormigón que sepultaban su savia.
Fuera reverencias y claudicaciones que atrofiaban mi inteligencia.
Allá en el campo abierto planté la flor lejos de su condena y de su tiesto.
Renació. Volví a sonreír.
Me guardo el grito atronador, de guerra sin tregua y a muerte segura.
Ante la avalancha de la destrucción de escavadoras y lluvia radioactiva que pudiera venir.
El viento acaricia sus negros pétalos que inmensos destellan ante la belleza reencontrada.
El silencio acaricia mi paz, mi libertad, mi pensamiento voraz que se sumerge en la tierra para hallar la fuerza de vivir sin condena.
Llueve.
Otro día más de alimento.
Crece mi flor desafiando al Sol a la espera que el nuevo día siga con la misma bella melodía.
Afilando cuchillos a la expectativa estoy que la muerte calavérica del infierno mundo nos venga a buscar.
Llueve y continúa lloviendo.
Me sumerjo en tu fragancia. Me embriago con tu aroma
Defiendo nuestra preciada y precaria libertad y la risa contagio da
Llueve y no para de llover.

jueves, 3 de octubre de 2013

EL RÍO

Silencio.
Las piedras me ofrecen asiento.
El fluir del río me habla, me parlamenta, me susurra.
Los árboles en movimiento. Los pájaros que salen en estampida.
Son mis compañeros del instante en que abrazo la armonía.
Encuentro la libertad perdida, la paz añorada, la voz pausada de mis pensamientos.
Por momentos soy libre sin sujeciones, ni cadenas que encadenan mi voluntad de ser y mi huida del tener.
Veo como el agua fluye tranquila pero sin descanso ofreciéndome calma, serenidad, belleza, vida toda.
En ocasiones el río, mi compañero, emite un quejido, un alarido de dolor.
El reposo se desvanece, el sosiego buscado se ahoga en sus aguas.
Una vieja lata, un plástico perdido; nos señalan el camino de la destrucción.
Huellas de una civilización incivilizada, de la irracionalidad de la muerte.
Que la inhumana condición extermina la belleza allá por donde pasa.
Mis pensamientos se pierden hacia el retorno a jerarquías aún no exterminadas.
Vueltas hacia las luchas en contra de servidumbres que se eternizan en el tiempo.
De mundos muertos por la ignominia de esclavitudes cada día más mortíferas, más deleznables.
La opresión vuelve sobre mi cabeza. La cárcel que nos amortaja derribar debemos.
Y el río, ¡ay el río!; se desprende de la enfermedad lanzada, se aleja la escoria  que pronto retornará deformando, envileciendo, enfermando su esencia.
Detengo el tiempo que corre acercándonos a un fin eternamente visto.
Cierro los ojos y escucho el deambular del viento, el canto pausado del río.
Vuelvo a cabalgar en el silencio y la libertad que me da este rincón de la vida aún no ultrajado, en lucha sin tregua por su supervivencia.
Me escapo, me voy, me despido, lloro, lamentos, tristeza por un adiós que no comprendo, que no asumo.
Una sonrisa.
El crepitar de las piedras me espera. El chapoteo del agua me reclama.
Caminar para volver sin más lejanía que el infinito que vuelve sobre mis pasos.
Y allí encontraré, de nuevo, la paz perdida que mi espíritu magullado espera reencontrar.
Me abstraigo allá donde me halle y escucho la quietud, el parloteo sabio que el río me transmite a la espera de volver a acariciar su líquida alma.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

EN LA CIUDAD CADÁVER


El dolor se inoculó hasta lo más profundo de mi ser.
La cabeza me palpitaba.
El cuerpo se retorcía fruto de la angustia y la desesperación acumuladas.
Al final llegó la derrota de la resistencia.
Todo cedió. La explosión fue inevitable.
El cuerpo se me desprendió en mil pedazos más allá de las ventanas de mi hogar inexistente.
Quise recoger los restos de mi condenado cuerpo liberado.
Todo resquicio de calvario había desaparecido.
Mis ojos llorados y ya resecos de la angustia inaudible; en el tormento compartiendo soledades estaban.
No podían creer la agonía lapidada que se cernía sobre mí.
Hileras infinitas de cuerpos vaciados de mentes y ojos.
Andaban sin ton ni son al lugar del eterno retorno.
Se arrastraban vociferando palabras inconexas. La voz de sus amos. La voz de sus criminales.
Todos juntos con un mando en la mano. Con mil cables interconectados en sus cerebros fallecidos.
La pantalla infinita en la ciudad sometida les daba mil exhortaciones, millones de odios, interminables órdenes.
La muerte del pensamiento. El fin del ser. La obediencia en la esclavitud allí se hallaban todos.
Me escabullí entre los escombros de la ciudad cadáver.
Y la pantalla cada vez más enorme, más impactante, más grotesca, más demencial.
Gritaba entre mil destellos ¡obedece! ¡obedece!.
No salgas del redil de la destrucción, del vaciamiento moral, del gregarismo de la estupidez.
Mi cuerpo desvencijado saltó por el barranco a lo desconocido.
No más miradas acusadoras. No al virus de la ignominia que me estaba matando.
Todos muertos vivientes mutilados mentales enfrente de La Gran Pantalla.
Caía en el vacío allí la negra sombra de alguna roca inerte quizás me esperaría.
O tal vez algún rosal donde alimentar nuevas savias para encontrar mis libertades.
O tal vez el fin de las tiranías.
O tal vez tu voz, tu vida, tu mirada, tus caricias para encerrar allí mis esperanzas.
O tal vez aterrizaría en tu corazón para estar con la belleza que allí se encuentra… Simplemente hasta la eternidad.